
Amo a una mujer que no conozco, pero de la cual podria delinear los ojos, los pliegues de los labios, estrechándose, copulando entre si para formar esa hermosa sonrisa que adorna su rostro cuando los buenos días llegan. No la conozco por voluntad mía, sino porque quizás la voluntad del tiempo, sea guardarnos para días de soles mejores, quizás porque un arcoiris se disfruta mejor con una suave llovizna que con un torrencial cayéndo sobre nosotros...Es esa vieja inercia que sostengo hacia lo prohibido, la que me acerca más a ella. Son sus silencios más profundos, los que me dicen más de lo que piensa. Quiero estrellarme contra su seno como huérfano hallando a su madre. Y es que no puedo distinguir si es de humo o de cristal, de deseo o anhelo mismo ese cuerpo que se desvanece cual ave huyendo del miedo, al breve contacto de mis extremidades trémulas y tiritantes de emoción. Hay días en que no puedo concebir su nombre, y otros más donde su piel se ha quedado tatuada en mis ojos, y su olor, permanece en mi nariz, y su recuerdo grabado como oración en mi memoria. La persigo queriendo nunca alcanzarla, volverla ideal, y revolverla, y dibujarla y retorcerla, perderla y descubrirla otra vez. Leerla como un libro y consumirla cual cigarrillo que alumbrara mis noches sin poder dormir, intentando calmar a mis demonios y fantasmas, y dormirlos en sus manos. Arrullarlos. Amo a una mujer que no conozco, pero se que existe como mis propios pasos. Una mujer que me regala palabras de aliento sin siquiera mover los labios. una mujer que sin estar me hace ser. Un ser que sin ser siquiera, me hace existir. Una palabra, una sonrisa. Su voz y su cabello me bastan para poder encender de nuevo la luz.
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